Tocada por la «varita mágica»

Se lo avisó su amiga Lucía, ella no se lo creía, es más, cada vez que lo mencionaba, no solo se enfadaba, sino que a veces, la dejaba de hablar por una temporada.

-Te va a pasar querida amiga, a mí también me pasó, ocurre cuando uno de nosotros, por las circunstancias que sean, está más cerca de ellos, y no le queda otra opción-.

-Que no Lucía, que todos somos iguales, y tenemos la misma condición…-

Llegó el momento, el temido momento. La madre se cayó por las escaleras, y se rompió la cadera por tercera vez, el padre sano como una manzana, hasta antes de ayer, explotó, se rompió en mil pedazos y le costó volver.

Ahora las palabras de Lucía, resuenan por toda la habitación.

-No hay mejores, ni peores hijos, eso da igual, le toca a quien le toca.-

-La “varita mágica” apunta a uno, y ese les acompañará hasta el final-.

El casado con hijos, dice que sus padres no son su prioridad. María se enfada, se siente traicionada, desamparada…Pero luego, después de mucho llanto y desesperación, entiende muy bien el porqué, de esa “injusta” situación.

La que vive en el extranjero, la más pequeña de los cuatro y no solo por edad, se fue hace mucho tiempo, y volver la paralizaría más que cuando se fue.

El mediano, el tercero de los tres, demasiado tiene con lo suyo, como para hacerse cargo de otros “dos niños” de ochenta y ocho años,  que están a punto de caer.

Y así, de un día para otro, María acepta la situación. No se la traga, porque se atragantaría, ni se resigna, porque ella no es de cruces, ni religiones, ni sacrificios, ni oraciones.

Acepta y asume lo que la vida le ha “regalado”, sin saber muy bien porque un día, como si viniera  por Amazon. Apareció el «regalo» en el felpudo y sin hoja de devolución.

Ya ha visto a una madre tirada en el suelo, sangrando por la boca, y pidiendo auxilio con un hilo de voz. La ha mecido contra su pecho, hasta aliviar el susto y el dolor.

A un padre desorientado, salir con él pitando a un hospital temiéndose lo peor.

Una vez en urgencias, mandarles a una habitación, ver a su padre impotente, tumbado en una camilla, y mirando al techo, como si implorase a algún dios.

Decirle la doctora que levantara los brazos, las piernas, que sacara la lengua…Que se dejara hacer como un niño y que no preguntara el “porqué”.

Ella, la hija, la más valiente por decisión…esperar al otra lado de la puerta, cruzando los dedos. Pero de poco le sirvió, porque el  susto llego después.

-Acompáñeme fuera.- Con voz firme y segura ordena la doctora.

Y continúa sin pestañear. -Hemos aplicado el protocolo de emergencia.-

Y como si las palabras fueran ralentizadas y ella no acabase de entender; el mensaje fue el siguiente: –Su padre está teniendo un ictus, le llevamos de urgencias a otro hospital.-

-Firme en esta hoja, nos lo tenemos que llevar.-

María casi pierde el sentido, de nuevo está sola, en una habitación.

La ambulancia vuela…María va detrás. A puesto el turbo reactor, el que llevan los aviones en los  dibujos animados de las series de televisión, y aunque no se salta ni un  semáforo, llegan a la par.

El camillero pregunta que como lo ha hecho.

-Ha sido mi padre, el que pisaba el acelerador.-

Salen los doctores, esta vez son dos, muy jóvenes y preparados.

No se preocupe, su padre está bien, le hemos cogido a tiempo. Si llega a venir un poco después… –

María vuelve hacer de tripas corazón…Y ya van tres. Su madre se ha vuelto a caer. Esta vez ha sido sobre las puertas correderas de la terraza de su habitación.

Se iba acostar, quería correr las cortinas y el pie le falló.

Ha caído sentada, se muere de dolor, su aullido despierta al vecino de en frente. El hombre amable y apurado, pregunta si hace falta ayuda, María le responde que no.

Y de nuevo la hija la vuelve a mecer…Su madre se calma, no se ha roto nada, ella lo tiene claro.

El padre y la cuidadora no, miran desde lo alto la escena, están hechos un manojo de nervios. Ella los calma, siente muy bien el dolor de su madre, en su propia piel.

Por fin, después de un mes ingresado los dos, en diferentes hospitales, vuelven a su hogar. María los recibe, pero ya nada vuelve a ser igual.

Los hermanos cada uno por su lado. Mi padre dice que él se ha portado bien, ella, su hija, las más valiente de sus hijos,  le dice que no se apure y que no piense más.

La madre les disculpa, les quita responsabilidad. Es una forma de protegerse, y de no sentir más dolor. Ella, a su manera , ha querido  a todos sus hijos, pero quizá, no lo haya hecho, como era de esperar. 

María lo tiene asumido. Al final comprende a su amiga Lucía. Y repite todas las noches una frase que le ayuda a conciliar el sueño, a no decaer: “Todo esfuerzo tiene su recompensa”.

Y añade en un ligero susurro…Dios no te dio hijos, sin embargo, te regalo a dos ya muy mayores, que necesitan de tus cuidados, pero sobre todo de tu amor.

Estate tranquila, tu vida no te la van a hipotecar, le dice esa voz, que le habla desde su pecho, y que le sube hasta su corazón.

La vida te ha puesto esta misión. Es de las más importantes que vas hacer. Ten confianza, rodéate de seres que iluminen tu alma, nutran tu corazón y lo más importante…

Siéntete afortunada por acompañarles en el final de sus vidas, aunque sea duro, ingrato, agotador y tengas ganas de acabar con todo y decir de una vez adiós.

Has sido señalada con la “varita mágica” por alguna razón.

Lo descubrirás de una forma casual y te sentirás tan plena y tan llena de vida, que olvidaras lo malos ratos por los que tuviste que pasar.

Confía, todavía tienes muchas cosas que disfrutar…

 

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